Hace unos meses me bajé al Kindle D.V. (1984), la autobiografía de Diana Vreeland, que prácticamente terminé de un tirón en un retrasado viaje en tren. De más está decir que la mítica editora de Vogue —de quien Andy Warhol dijo en The Philosophy of Andy Warhol (From A to B and Back Again) que era una de las personas más hermosas del mundo porque hacía lo que quería—1 me capturó al instante con sus historias de principios del siglo XX, sus aventuras en la época de la ley seca, sus idas y vueltas entre ateliers de moda y museos, bares y espectaculares fiestas privadas, su lucidez increíble y la maestría con la que maneja el arte inglés del epigrama à la Oscar Wilde.
Como hago siempre que algo me gusta tanto, fui subrayando todo el tiempo frases y muchas de ellas me quedaron luego grabadas en la memoria, como quedó la experiencia que resulta de ver y sentir en presente lo que ella vio y sintió, a través de sus ricas descripciones de eventos, lugares y sensaciones. Hablando de Cristóbal Balenciaga, a quien consideraba el mejor dressmaker de la historia, cuenta, por ejemplo:
Todos los veranos me llevaba sus mismos cuatro pares de pantalones y sus mismos cuatro buzos a Southampton. Entonces... un año fui a Biarritz. Me llevé exactamente los mismos cuatro pares de pantalones, exactamente los mismos cuatro buzos... ¡y nunca los había visto! Es la luz, por supuesto, la luz intensificadora del País Vasco. Nunca ha habido una luz así.
Como una sommelière que recomienda tomar el vino no lejos de su terroir de proveniencia, Vreeland hace notar la relación íntima entre la sensibilidad del diseñador y los colores —porque quien dice luz dice color— de su tierra. Aunque tuviera su taller en la avenida George V, de este modo, Balenciaga seguía de algún modo en su Guetaria natal, inmerso en esos tonos que lo habían deslumbrado de niño.
Pero Vreeland no se queda ahí y dedica varios párrafos al genio creador de su admirado couturier en los que lo retrata de un modo que al instante me llamó la atención, mayormente por cómo esta imagen contrasta con la identidad reciente que ha adoptado la marca que lleva su nombre.
No le interesaba la juventud. No le importaban en absoluto los huesos ni nada que tuviera que ver con lo que hoy admiramos. ¡Oh, esas colecciones! ¡Eran las cosas más emocionantes! Nos poníamos en una esquina del salón si no podíamos conseguir una silla para ver sus colecciones. Nunca se han visto tales colores, ¡nunca se han visto tales violetas! ¡Dios mío, violetas rosas, violetas azules!,2
cuenta emocionada, y uno parece vivir esas deslumbrantes presentaciones, ver esos violetas, realmente inimitables, como se puede apreciar en este conjunto de noche de 1961:
“Nadie se comparaba con él”, sigue Vreeland con su estilo entusiasta y envolvente:
decía a menudo que las mujeres no tenían que ser perfectas o bellas para llevar su ropa. Cuando llevaban su ropa, se convertían en bellas. Una nunca sabía lo que iba a ver en una inauguración de Balenciaga. Una se desmayaba. Era posible estallar y morir.
Como se puede ver, un disfrute sublime la llena y muestra a un hombre desapegado de la banalidad del presente (de todo presente) y a la vez hiperconsciente de su tiempo.
Por sus atrevidos diseños, su juego libre con la forma, Cecil Beaton (cuyo libro The Glass of Fashion estoy leyendo con mucho placer) lo describe como el Pablo Picasso de la moda, porque como el pintor “debajo de todos sus experimentos con lo moderno, Balenciaga tiene un profundo respeto por la tradición y una línea clásica pura”. Y sigue, intentado entender al artista:
Detrás de sus comentarios desenfadados sobre las mujeres, la moda y el mundo moderno, se percibe un hilo firme pero vital de pesimismo. Puede que esta sea la base de la capacidad creativa única de Balenciaga. Porque lo que tiene sus raíces en el pesimismo no puede morir nunca. Aunque crea que un modo de vida grandioso ha desaparecido para siempre, y aunque el dinero y el esplendor que crearon la atmósfera de un fabuloso apogeo de las modas hayan desaparecido irremediablemente, sin embargo, al igual que Dior, Balenciaga se adapta a la época y sigue creando lo que la época debe tener para reflejar su verdadera imagen de sí misma. Orgulloso, español, clásico, es una extraña roca que se encuentra en medio del cambiante mar de la moda, y que perdurará mucho después de que las caprichosas olas del momento hayan hecho todo lo posible por desalojarlo.
Ese pesimismo creador, en un hombre famoso por su carácter intransigente3 y sus ideas claras, me resulta fascinante: es un perfil maravilloso para el hijo del pescador y la costurera, el vasco que logró, inspirado en lo mejor de la cultura española, cambiar el modo de pensar la ropa y de pensar, también, en quien la lleva, porque si su genio es revolucionario, se debe precisamente a que no se puede asimilar al gusto de su época, sino a una experiencia particular con la materia, una voluntad que se expresa en líneas y colores y en una forma nueva de concebir el cuerpo.
Como medio mundo, estoy pensando fútbol, aunque en mi caso no tenga nada que ver con el Mundial, sino con la espectacular nueva camiseta del equipo de la B griega Athens Kallithea, diseñada por Kappa en colaboración con estudio Bureau Borsche.
Pero en estos días también estuve pensando en David Bowie, sobre todo tras ver Moonage Daydream (Brett Morgen, 2022), un documental que me hizo fijarme en algo a lo que siempre le presté poca atención: sus letras.
Ya sé que él se consideró mucho tiempo “escritor” a secas y he leído mucho sobre su obra (incluido David Bowie, posthumanismo sónico, el excelente libro de Ramiro Sanchiz, que recomiendo), pero como cuenta él en un fragmento con respecto a Fats Domino, mi relación con la música siempre tiene algo de misterio y, sinceramente, no me interesa demasiado, salvo en casos excepcionales, lo que dice el cantante. Qué lindo por eso es encontrarse como por primera vez con comienzos como el de “Rock 'n' Roll Suicide”.
Y, para finalizar: pelo. El otro día fuimos a una exposición sobre Johann Heinrich Füssli y nos encontramos, además de con su famosa “pesadilla”, con unos retratos increíbles de su esposa, peinada de las maneras más alucinantes, como en este dibujo datado entre 1785 y 1795:
Más sobre esta relación coming soon
En la reciente y efectiva comedia romántica Mrs. Harris Goes to Paris (Anthony Fabian, 2022) hay una escena muy lograda en la que se muestra, con fidelidad histórica, el despliegue de una colección antológica de Christian Dior en 1957, en su atelier mítico de la avenida Montaigne, que hace que toda la película valga la pena
No se olvide que el insoportable personaje que interpreta Daniel Day Lewis en la excelente Phantom Thread (Paul Thomas Anderson, 2017) está inspirado en Balenciaga