Llegamos a París en abril, y yo me traje el nuevo libro de Mariano Siskind, que reúne una serie de traducciones suyas de textos variados del modernismo anglófono. Casi al llegar, lo abrí y me encontré con un fragmento de T. S. Eliot, de un poema que se llama (como la novela de Henry James) “Portrait of a Lady”, y que, siguiendo el juego que propone Mariano, voy a traducir yo también, lo más libremente posible:
Ahora que florecieron las lilas
Ella tiene un bowl de lilas en su cuarto
Y retuerce una en sus dedos mientras habla.
“Amiga, no sabés, no sabés
Qué cosa es la vida, vos que la tenés entre tus manos”;
(Torciendo lentamente el tallo de la lila)
“Dejás que fluya lejos de vos, la dejás fluir,
Y la juventud es cruel, y no tiene remordimientos
Y sonríe en situaciones que no puede ver.”
Sonrío, claro,
Y sigo tomando té.
“Pero con estos atardeceres de abril, que de algún modo se parecen
A mi vida enterrada, y París en primavera,
Me siento inconmensurablemente en paz, y encuentro el mundo
Maravilloso y renovado, a pesar de todo.”
Más allá de la primavera boreal y de las lilas que me rodeaban en el apartamento del distrito 16e parisino donde nos quedamos las primeras semanas, me fascina ese pasaje del poema. Me fascina, sobre todo, su carácter dramático evidenciada por esa suerte de anotación teatral entre paréntesis que comenta lo que hace la chica del poema, la tensión que crea con muy poco, con ese jugueteo inocente con el tallo, esas flores de un color tan expresivo.
Siempre esperé con entusiasmo, desde niño, la llegada de la vejez, pero ahora pienso mucho en la progresiva retirada de la juventud, en lo engañoso que es el paso del tiempo. Me imagino, a veces, escribiendo un texto así. Un poema que se aferre a su instante de creación, que se muestre de esa manera tan radical como una verdad revelada. Escuchamos “Lilac Wine” (Camila en la versión de Jeff Buckley, yo en la de Miley Cyrus) y recién ahora entiendo que se trata de las mismas lilas del poema. Busco cosas y encuentro, por ahí, un post que habla sobre la relación de Eliot y Jean Verdenal, a quien el poeta conoció cuando estudió en la Sorbona entre 1910 y 1911 y a quien le dedicaría su, en mi opinión, mejor libro, Prufrock and other Observations, publicado en 1917.
Verdenal había muerto dos años antes, en el barro de la Primera Guerra Mundial, como diría después Eliot. Es en 1934 cuando se encuentra la otra referencia al francés, en un texto en prosa:
Estoy dispuesto a admitir que mi propia mirada retrospectiva está tocada por un atardecer sentimental, la memoria de un amigo viniendo a través de los jardines del Luxemburgo hacia el fin de la tarde, sacudiendo una rama de lilas
Pienso en esa llegada, repleta de vida, en esas flores que son tan frágiles cayendo mientras el amigo agita la rama. El momento en el que el otro llega, ese encuentro, la mirada para atrás. Eliot observa en las lilas, que se dañan al apenas apretarlas con los dedos juguetonamente, ese irse. No es una novedad ver en las flores la fugacidad del tiempo, pero lo nuevo es el lenguaje, una frescura, la composición que termina por llevar el pensamiento al instante del encuentro, en otra vida, en otra ciudad que en el recuerdo es siempre primaveral, está detenida en ese primer tiempo de los comienzos, siempre joven.