El jueves 8, cuando todo eran noticias sobre la frágil salud de Elizabeth II, mi republicanito interior no pudo sino recordar a Lindsey Cordery, nuestra profesora de literatura inglesa (así se llamaba la materia, aunque mejor hubiera sido anglófona) en Humanidades, recitando los versos que enseguida tuitee:
“No se sorprendan / si me retiro, ya que, aviso / mi pasaporte es verde. / Jamás una de nuestras copas se levantó / para brindar por la Reina”: el breve poema, respuesta potente de Seamus Heaney, nacido en el condado de Derry y fallecido en Dublin, me impactó desde siempre por su sencillez y su fuerza y en su momento fue apenas la invitación para seguir leyendo algunos de sus mejores libros, ya fueran de poesía o ensayo, género en el que también supo brillar.
Hace poco, llevado por las noticias y estos versos suyos que volvieron a mi memoria, recordé además un texto excelente sobre Oscar Wilde, a quien en “The Placeless Heaven”, dedicado al poeta Patrick Kavanagh, caracteriza de la siguiente manera:
Podríamos decir que la celebración lírica era para Kavanagh lo que la expresión ingeniosa era para Oscar Wilde: al principio, una cuestión de temperamento, un hábito de estilo, una disposición de la naturaleza fundamental del artista, pero, al final, una cuestión de fuerza redentora, un recurso que mantenía la libertad interior del artista frente a las decepciones mundanas, una dignidad infranqueable. Aunque ambos tenían un apetito admitido por el éxito, ninguno de los dos podía soportar su cálido aliento una vez que se les ofrecía; para reencontrar sus vidas después de lo que instintivamente intuían como un peligroso roce con la esclavitud espiritual al grupo, tenían que romper con los términos de los valores del grupo; tenían que perderse a sí mismos. Wilde bromeando sobre el papel pintado en su hotel de París y Kavanagh caminando por los campos de Inniskeen, después de su operación de cáncer de pulmón y su traumática acción de difamación, son hombres en una sobrevida más sabia y sin pretensiones.
Heaney conjura en un párrafo toda la poética, la ética y la política del divino Oscar, figura controvertida hoy como ayer, tan ambiguo y contradictorio como solo pueden serlo los escritores verdaderos. Sin embargo, más allá de esta brillante caracterización hecha un poco al pasar en un ensayo sobre otro autor, Heaney habla específicamente sobre Wilde en “Speranza in Reading: On The Ballad of Reading Gaol”, donde aventura que el poeta se convierte, con su “balada”, en el tipo de escritor contra el que había renegado toda su vida y, a la vez, vuelve a su madre, señora de sociedad y poeta comprometida con la causa nacionalista irlandesa.
Para mí, como tal vez para todos, Wilde es siempre el Wilde que aparece en el diseño de Aubrey Beardsley del frontispicio para las obras de John Davidson, de 1894: el dios ebrio que camina tranquilo, vestido con una túnica que adivino de seda, rodeado de bacantes y faunos, empresarios de teatro, poetas y una bailarina que parece un hada del bosque, y, a la vez, lleva en su rostro un extraño gesto que sugiere otra cosa, una sospecha en medio del disfrute, la sonrisa del que sabe algo, o del que sabe lo que desconoce; el que intuye, en lo más alto de su carrera, lo que hay más allá del humo nocturno y de la tonta fiesta que es la vida.
Antes de terminar, y como parte de esta sección que se alimenta de novedades, no puedo evitar desearle a mis amigos judíos un feliz año nuevo y caer, otra vez, en la tentación de las granadas, a las que les dediqué, entre otras cosas, una parte importante en mi libro La noche americana y cuya melaza es un ingrediente fundamental de la muhammara, delicioso clásico levantino que he hecho varias veces siguiendo la receta del gran Yotam Ottolenghi.
La granada, además, me hace pensar otra vez en Wilde, en su libro A House of Pomegranates (1891), en el principio del hermoso cuento “The Birthday of the Infanta”, que comparto traducido por Julio Gómez de la Serna.
Y, para finalizar, transmito una recomendación musical tan ácida y tan dulce como la fruta que acapara desde hace años mi atención, un cantante que me pasó un amigo hace unas semanas y que me está obsesionando desde entonces: Better Person, proyecto musical del polaco Adam Byczkowski, establecido desde hace años en Berlin.